Infovía
Plus en España
Telefónica
comete fraudes, Gobierno se hace de la vista gorda
por Gema Castellano
¿Y ahora quién
le va a poner el cascabel al gato?. A falta de pocos días para recibir
la primera factura telefónica, - donde no aparecerá el detalle
de las llamadas metropolitanas-, y con una Infovía Plus cada vez
más obsoleta, que ya ha pasado a formar parte de nuestras vidas,
¿quién o qué estamento jurídico, político
o empresarial, va a hacerse cargo y a asumir responsabilidades de y sobre
las llamadas infructuosas que hemos realizado a nuestros respectivos nodos,
los minutos que hemos estado conectados sin poder navegar o recuperar el
correo, las continuas desconexiones o los perjuicios ocasionados por la
red en nuestros trabajos, estudio, ocio y economía?
Telefónica
ha sido la primera en poner el parche y curarse en salud ante la avalancha
de reclamaciones que le espera, y ya ha aleccionado a sus operadores del
1004, para que nos informen de que ya no se admiten reclamaciones, aludiendo
a que el monopolio no se considera responsable del mal funcionamiento de
Infovía Plus. ¡Algo hemos adelantado!, ya que hasta ahora,
la retórica no salía del todo funciona a la perfección,-continuada
por el ministro de Fomento -, ¡como el país! ¡país!
La impotencia y
situación de indefensión a las que nos está arrastrando
este monopolio, es absolutamente absurda en un sistema de derecho y una
democracia consolidada. ¿O es que estos conceptos poco a poco están
empezando a carecer de sentido y contenido real en España?.
Telefónica
está cometiendo presuntos muy graves fraudes, reiterativamente,
conscientemente, con ánimo de lucro, presunto enriquecimiento ilícito
y abuso de poder, con consecuencias de perjuicios incalculables para el
usuario de Internet y la comunicación en general.
Ya no hablamos de
la tarifa plana o de sistemas idílicos (ADSL) que pretenden vendernos,
sólo con el fin de consolidar de nuevo el monopolio, en la nueva
era de las telecomunicaciones. Estamos hablando de que Telefónica
está cobrando un servicio que no da, y ofreciendo un producto defectuoso
al precio de uno en buen estado, - suponiendo que el precio fuera el correcto-,
y que la justicia lo está consintiendo.
¿Cómo
llamaría a esta acción, -realizada por un ciudadano de a
pie-, un juez? ¿ fraude?, ¿hurto?, ¿robo?. Esta servidora
no entiende de conceptos legales, pero de lo que sí está
segura, es de que si se dedicara a vender frigoríficos que no enfrían
a precio de nuevos, teléfonos sin línea convenciendo a los
clientes de que pueden llamar u ordenadores trucados, el juicio sería
bien rápido y la multa o cárcel de castigo ejemplar. Sin
olvidar la indemnización que tendría que abonar a los presuntos
estafados.
¿Debemos entender
entonces que no somos iguales ante la ley? ¿qué diferencia
hay entre Villalonga y cualquier otro presunto delincuente, al que denunciamos
porque nos quiere vender gato por liebre? ¿qué impide que
este hombre,- cuyos derechos como ciudadano no difieren en nada a los de
cualquier otro ante la ley-, se enfrente a un juicio por presunto
fraude a sus clientes? ¿es acaso la falta de respeto hacia el estado
de derecho del ejecutivo, lo que provoca que los elegidos jamás
sean juzgados y posean inmunidad para delinquir? ¡Muy posiblemente!
Pero en este caso, deberemos plantearnos nuestro futuro como un retroceso
a tiempos no tan lejanos, y profundamente traumáticos para varias
generaciones.
Jamás olvidaré
el tremendo impacto que me produjo la película El crimen de
Cuenca, de Pilar Miró, y como el vello se me ponía de punta,
ante la confirmación de alguien que me dijo que aquello pasó
realmente y que no fue un hecho aislado.
La actitud de Villalonga
es el más claro ejemplo de desprecio hacia el conjunto de ciudadanos,
-que él acostumbra a llamar masa-, y de explotación del ser
humano. Al mismo tiempo, deberemos cambiar el término empresario
por el de dictador de tendencias claramente fascistas; ya que el primero
es el que ofrece un justiprecio por su producto, -así como calidad,
servicio y respeto por el cliente-, todo lo contrario de lo que hace el
segundo, quien impone su producto sin opción a réplica, y
por supuesto en las condiciones de calidad y servicio que le placen, con
el burdo fin del enriquecimiento a costa de la explotación y la
burla de los derechos del hombre.
Pero, ¿tiene
cabida un dictador en un sistema democrático donde los derechos
del ciudadano son sagrados? ¿y en un sistema empresarial de libre
mercado?.
Telefónica,
-por mucho que nos parezca-, no tiene la exclusiva del presunto fraude
electrónico, pero lo que la diferencia de otros que lo han practicado,
es que ella posee el beneplácito del gobierno de su país
para ejecutarlo, y la inmunidad de la justicia e incluso de las instituciones
que supuestamente defienden al pueblo, para no ser juzgada por ellos.
MCI tiene cientos
de miles de juicios pendientes en Estados Unidos , por presuntas llamadas
telefónicas facturadas y no efectuadas por el cliente.
Esta es la primera
diferencia entre ellos y nosotros. Allí las denuncias son admitidas
a trámite, y la empresa es sancionada duramente si se demuestra
su culpabilidad. Aquí ni siquiera se admite por parte de la justicia,
que Telefónica pueda llegar a cometer algún presunto fraude.
En EEUU una franquicia
ofrece al usuario un software que detecta los presuntos fraudes cometidos
por las compañías telefónicas, y los resultados del
análisis que este software realiza sobre las llamadas del usuario,
pueden ser aportadas como prueba en un juicio contra el fraude electrónico.
En España esto es impensable.
En la legislación
norteamericana, -no pretendemos demostrar que sea la mejor, pero al menos
su flexibilidad y adaptabilidad a los nuevos tiempos, hacen que el ciudadano
esté más protegido en este caso-, existe lo que llaman “
“punitive damages”; que permite al juez en caso de encontrar culpabilidad
ante una acusación de fraude, penar al infractor con la entrega
de una indemnización al damnificado, de más de cinco veces
la cantidad defraudada. La dureza de las leyes de protección al
ciudadano ante los fraudes sobre abusos en servicios tan elementales y
de primera necesidad como es la comunicación, ha hecho que Telefónica
cambie sus hábitos allá, manteniendo una actuación
de corrección impecable hacia el cliente norteamericano, desde que
cotiza en Bolsa en EEUU.
No ponemos en duda
que esto pueda provocar incluso alguna crisis de identidad a Villalonga,
-quien seguro sufre por los dólares que no puede cobrar de más
allá-, y se lamenta de no poder emular a Al Capone, en el país
que lo inmortalizó.
El gobierno sigue
tratando el tema de Internet con la misma demagogia y falsedad con las
que trata los demás asuntos del país, y la presunción
de culpabilidad de Telefónica con respecto al presunto fraude de
cobro indebido de servicios inexistentes a sus clientes, ni siquiera se
molesta en escucharla. ¿Para qué? Aznar está convencido
de que la mejor manera de que un problema desaparezca es ignorarlo; por
eso se empeña en que en este país nunca pasa nada, todo va
bien y todos comemos perdices.
Además, ¿cómo
podríamos exigir a nuestro presidente, el respeto por unos derechos
constitucionales del ciudadano que en su día no aceptó, -aunque
se le llene la boca en TV hablando de ellos-, haciendo gala del dicho dime
de que hablas y te diré de que careces?
La jugada que nos
preparan Villalonga y Aznar, puede, -si se lo permitimos-, relegarnos a
los primeros puestos del tercermundismo comunicativo y tecnológico.
Telefónica
ha sabido mover sus figuras hasta acorralar con jaque mate a las demás
operadoras en competencia, invirtiendo directa o indirectamente en ellas
hasta hacerlas totalmente dependientes. ¡No nos engañemos!
La liberalización de las telecomunicaciones en este país,
es algo por lo que todavía tenemos que luchar, porque no existe.
Para que hubiera liberalización, las líneas deberían
ser gestionadas por una empresa paralela e independiente, que garantizara
que todas las empresas competidoras pudieran utilizarlas por igual. Aznar
se aseguró de que fueran propiedad de su amigo Villalonga.
La transmisión
de datos , -que debería ser desde siempre independiente de la de
voz-, sigue pasando por la llamada metropolitana, y este pequeño
detalle, -que al parecer se olvida conscientemente por motivos obvios-,
es el que está provocando que Internet entre dentro del monopolio
de Telefónica.
Las opciones futuras
para Internet, que tanto Telefónica como Fomento o Villar nos están
vendiendo como panacea, no son más que estrategias monopolistas
y fascistas de control tanto en el acceso, como en los contenido de la
red. A Telefónica le interesa el monopolio encubierto. A Aznar le
preocupa perder el control sobre las decisiones de los ciudadanos, y que
estos puedan tener acceso a contenidos libres y a expresarse sin trabas.
Aznar, -o en su defecto
Cascos-, puede amenazar y provocar el despido de periodistas que se expresan
en la prensa escrita o cadenas de TV que ellos controlan, -esas amenazas
que Aznar llama chismes-, pero jamás podrán vetar la libertad
de lo expresado en la red, y eso es lo que pretenden conseguir. ¡Y
lo conseguirán si no reaccionamos!
La situación
es muy grave. Las acciones que se desprenden de un capital y un gobierno
unidos por una ideología claramente fascista, basadas en la desinformación,
en las mentiras encubiertas y el nulo respeto hacia las libertades
constitucionales del ciudadano; y expresadas a través de sarcasmos,
hermetismo y burla, -forma de hablar de nuestro presidente-, van dirigidas
a la consecución paulatina de un estado de represión, que
comienza por convencer al ciudadano de que todo va bien y termina con la
presión psicológica de la inmovilidad basada en el miedo.
Los ciudadanos deberemos
hacer un serio análisis de nuestras necesidades y un concienzudo
trabajo de desintoxicación de charlatanería, que nos permita
ver con objetividad cuáles son las intenciones de nuestro gobierno.
Al margen del bombardeo
de los medios de comunicación , -desgraciadamente casi todos ya
adquiridos por Telefónica y afines al régimen de Aznar-,
estamos obligados a buscar nuevas vías de información verídica
y a utilizar nuestra inteligencia para poder discernir. Sólo esto
nos garantizaá la fuerza para luchar por nuestras libertades individuales
y colectivas, y la osadía para exigir a nuestros mandatarios una
ética de la que ahora carecen.
Sólo sabiendo
de donde vienen nuestros líderes, sabremos adonde nos quieren llevar.
Las ideologías no cambian; sólo se transforman y camuflan
mientras es necesario, hasta que se consigue el fin predeterminado, que
en este caso es ganar las próximas elecciones. Nuestro gobierno
no respeta al ciudadano. Lo utiliza simplemente para conseguir permanecer
en el poder, a través de un instrumento que todavía no ha
podido abolir. Las urnas. Pero su trabajo corresponde claramente al cumplimiento
de directrices reaccionarias marcadas por una Obra, donde el individuo
se convierte en una pura herramienta de trabajo, y donde el hecho de tener
aspiraciones, pretender hacer uso de los derechos o necesidad de prosperidad,
se convierten en un pecado castigado con el exterminio, mientras las grandes
empresas y bancos son bendecidos por la presunta gracia divina, previo
pago de su canon y promesa de someter al trabajador y usuario.
Estamos, -como individuos-,
en una situación crítica. En nuestro voto podría estar
nuestra oportunidad de no entrar en el infierno. |