Grandes empresas en pos de su dominio
El apetito por controlar el poder de la información
por Gema Castellano

Cada vez con más insistencia escuchamos la teoría de que estamos inmersos en una auténtica sociedad de la desinformación. Cuando escuchamos estas afirmaciones, a menudo, nosotros, ciudadanos de a pie, lo hacemos bajo una especie de halo escéptico. ¿Cómo es posible que se realicen esas afirmaciones en una sociedad invadida por los medios de comunicación que nos informan lo que pasa, de punta a punta del globo, con una puntualidad pasmosa?. Precisamente esa inercia de recibir paquetes saturados de información, es lo que provoca que, la mayoría de las veces, no la asimilemos y mucho menos analicemos. Recibimos la información y la aceptamos como cierta. Para cuando queremos analizarla, los puntos emisores de paquetes informativos ya tienen preparados otros, completamente distintos, que centran nuestro interés haciendo que los anteriores lo pierdan y que, por consiguiente, queden grabados en nuestra memoria tal y como nos los enviaron.
 
La información es poder. Y este dicho toma cada vez más relevancia. Los poderosos son conscientes de este poder de la información y por eso ésta, se convierte en un arma de doble filo para ellos y en una obsesión por su control. El control de la información.
 
Ahora más que nunca, cuando el síndrome de fin de siglo nos afecta a todos de distintas maneras, queremos saber. Necesitamos conocer cuál será nuestro futuro y cómo y hacia dónde evolucionará nuestra sociedad. ¡Francamente no es nada fácil!. 

Las grandes empresas se fusionan, los medios de comunicación dependen cada vez más de las grandes empresas y los gobiernos no son más que títeres a órdenes de los poderosos.
 
Los bancos y las telecomunicaciones. Los grandes negocios del siglo XXI. Los grandes bancos instan cada vez más a sus clientes, con ofertas super generosas, a que depositen los precarios ahorros en sus arcas, lo que no conocen estos pequeños ahorradores, son los nobles destinos que toman éstos, bajo el nombre de inversión.
 
Los grandes monopolios en telecomunicaciones, llámese Telefónica, se apresuran a entrar en el nuevo milenio como empresas privadas conscientes de las ganancias que la comunicación genera. Y evidentemente, del poder que da el control de las divisas. 

La comunicación es un negocio redondo. Cuando la infraestructura está amortizada y se es dueño y señor de ella, caso típico de Telefónica, lo que los usuarios pagamos es dinero contante y sonante que no tiene otro destino que el de comprar -a golpe de talonario- medios de comunicación, financiar campañas electorales hipotecando la fidelidad de por vida del partido financiado y expandirse en países menos privilegiados donde el círculo vicioso se vuelve a abrir. ¿Y nosotros? –nos preguntaremos- ¿y nosotros que somos los que al fin y a la postre pagamos las facturas?. Me temo que nosotros deberíamos conformarnos con que nos hagan una rebajita de vez en cuando y con los “culebrones” que nos cuentan, sus recién adquiridos medios de comunicación, sobre sus hazañas aquí, allá y acullá.
 
Así pues, el que más y el que menos -por ejemplo- aprueba las inversiones de Telefónica en Latinoamérica, tras las declaraciones de su presidente afirmando que allí estaban encantadísimos de recibir tan magno apoyo o las ayudas financieras a cierto político brasileño para que gane las elecciones. Y como nada es verdad ni mentira, que todo depende del cristal con que se mira, evidentemente, el cristal que sus medios de comunicación nos han dado para que miremos, es más negro que los utilizados para ver un eclipse. ¡Maldita desinformación!.
 
La verdad es que todo iba sobre ruedas para nuestro monopolio. Su entrada en el nuevo milenio se suponía gloriosa. Satisfactoriamente convertido en empresa privada, con infraestructuras incluidas, el apoyo unánime del gobierno actual –cualquiera que venga detrás va a tener que actuar con este monstruo a golpe de decretazo–, la compra de ciertos medios de comunicación estratégicos y la reconquista de las Américas iniciada satisfactoriamente, garantizaban el "señorío” de Telefónica y la calificación de su presidente, Villalonga, como uno de los empresarios más poderosos y prestigiosos del XXI.


Pero como no hay gloria sin penas y lo imprevisto descoloca tanta estructuración, “con el clero hemos topado, amigo Sancho”, han debido de pensar tan sesudos asesores y presidente de la susodicha, al deber afrontar la reacción social que, pese a sus intentos frenéticos de acallar, ha producido el aumento de tarifas en la transmisión de datos.
 
Posiblemente, nunca se habría producido una reacción así por una subida del teléfono, pero –sin saberlo- nos han tocado algo sagrado. La comunicación. La necesidad de intercomunicarnos, informarnos y formar parte del desarrollo tecnológico que ellos tenían previsto sólo para las empresas. Infravaloraron la importancia de Internet y nunca quisieron saber la trascendencia socio–cultural que tiene este medio. Hicieron oídos sordos a una realidad e ignoraron lo que ya significa Internet en este país.
 
Cometieron un grave error, producto del desconocimiento de Internet y el menosprecio hacia quienes lo utilizan. “Masa de chateadores”, nos llamó Villalonga. No separaron la transmisión de voz de la de datos. Y ahora ya no hay marcha atrás. La lucha en la que nos hemos comprometido para conseguir que este medio sea accesible para todos los españoles, nos ha hecho reflexionar. Nos ha hecho ver la realidad de una sociedad desinformada, dirigida y engañada, en la que estamos inmersos y de la que debemos salir. 

Internet se metió en nuestros hogares de puntillas. Nunca estuvo avalado ni por las empresas de telecomunicaciones ni por el gobierno. Internet nos ha enseñado a recibir las noticias directamente del centro donde se producen. Sin manipulaciones. Internet nos ha dado la posibilidad de elegir lo que queremos ver y lo que no deseamos recibir. Internet nos ha demostrado que las únicas fronteras que existen son las que los políticos quieren marcar. Internet enseña tolerancia y libertad de expresión. 

La intercomunicación es directa, fresca y sin prejuicios. Es una nueva dimensión, donde el individuo recobra su identidad y su importancia como persona, frente a una sociedad dominada por los intereses de unos pocos.
 
Y a su vez es todo lo que los obsesos por el poder no desean. 

La batalla que estamos librando contra Telefónica por una tarifa plana que permita el acceso de todos a la red, no va a ser la única que tendremos que librar. Cuanto más conozcan Internet los gobiernos y los poderosos, más deseos y necesidad tendrán de controlarla. Hemos entrado en la sociedad de la información. No hemos hecho más que entrar. Tendremos que luchar porque todos estén dentro de ella y por que su espíritu siga intacto.  

 
 
 
 
 
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