La refundación del Perú y la ociocracia millonaria
por Pedro Flecha

Si el Perú, en lugar de haber tenido una invasión cristiana, como desgraciadamente tuvo, hubiera tenido una invasión islámica, habría menos ladrones o sería un país de mancos, ya que en  la legislación coránica el robo se castiga con la mutilación de falanges, para llegar después a la mutilación de la mano. 

En la cultura andina el no actuar recíprocamente, es decir incumplir con la tradición de “no robar, no mentir y no ser ocioso” se castigaba con el relegamiento a la situación de Q’ara, una especie de paria.  Un paria no sólo en la sociedad sino en la naturaleza toda. El robo, la mentira y el ocio significan lo mismo desde que tienen como  punto común de encuentro un comportamiento inmoral respecto a su propia especie. Lo inmoral es todo aquello que es desleal a la especie humana. En lo inmoral no hay tintes ni grados ya que nadie puede ser más honesto que otro, simplemente porque... o se es honesto o se es deshonesto. Todo ocio es al final el robo del trabajo de alguien y una mentira hacia la especie. Toda mentira es un robo social.

Hace algunas semanas Newsweek decía que en Rusia  los conceptos de democracia -a la gringa- se habían convertido en cleptocracia en el país eslavo. Lastimosamente en Latinoamérica no solamente se ha enseñoreado esa cleptocracia, sino también la ociocracia y la mentirocracia.

Desde hace quinientos años Perú es la comprobación perfecta que lo inmoral se cobija bajo los esquemas basados en las creencias, llámense éstas religión, ideología, pragmatismo. En la historia humana la confrontación de fondo siempre ha sido el de la creencia contra el conocimiento. Creer y conocer son conceptos antagónicos. Conocimiento es aquello que es repetible experimentalmente, creencia es negarse a la prueba de la experimentación. Toda creencia, toda fe es un bizcocho crudo, es impotencia mental. Conocimiento, o más propiamente dicho la actitud de conocer, es la savia de la humanidad, esencia misma de la supervivencia de la especie. Creencia, fe, religión, política es la traición a esta actitud y, consecuentemente, traición a la especie a la que pertenecemos. Moral es en términos simples lealtad a la especie. Por lo que... ¡Toda creencia, toda fe, al castrar la actitud de conocer, característica esencial de lo humano, es por lo tanto desleal, y por ende inmoral!

La tradición andina estuvo siempre basada en el conocimiento, pero la invasión bárbara  ha tratado de imponer  que la creencia es suficiente y el conocimiento pernicioso, lo cual ha tenido como resultado la absoluta miseria económica y moral de nuestros países. El robo, el ocio y la mentira necesitan de la creencia, de la fe, de la imposición de la ignorancia en los otros en el desenfrenado afán por un privilegio de dominación para algunos que, de esa forma, puedan consolidar su parasitismo.

Cuando surge un Chávez, como surgiera antes un Velasco -tempranamente interrumpido- los inmorales los atacan implacablemente. Sin embargo Chávez no cometió el error que tuvo Velasco al creer que bastaban los sistemas, la buena intención y que se podía confiar en los curas que propulsaban una teología (¡ja,ja,ja!)  de liberación, que por su propio nombre era una contradictio in terminis. Chávez  se apoya en la tradición de un país joven y rescata el fundamentalismo de ese Bolívar pendiente y maravilloso de Angostura, apasionado y experimentado. Pero también tiene un moscardón por ahí que lo mal aconseja y lo invita a visitar al papanatas. ¿Cuándo no? Chávez pudiera caer en la trampa que los cristianos le pusieron a Velasco.

Los pueblos antiguos como el peruano, no  pueden ni deben darse el lujo de considerarse como países jóvenes, pues nunca fuimos parte de un “nuevo mundo”. Decenas de miles de años antes de la invasión bárbara éramos pueblo y cultura superior en humanidad y conocimiento a la del invasor. Los bárbaros occidentales que irrumpieron hace quinientos años impusieron sus ideologías, supersticiones e ídolos y sólo nos trajeron una edad oscura, un Pachakuti malo. 

Nuestros países no fueron ni son poca cosa. Nuestro estado tecnológico constructivo siempre fue muy superior al del invasor. Los invasores se habían especializado en la destrucción, nosotros en la construcción. Habíamos domesticado especies vegetales y minerales para beneficio de la mancomunidad, nuestras estructuras societarias iban más allá de los sueños húmedos de los utopistas europeos y de las sinarquías pitagóricas y templarias. La justicia  no necesitaba del derecho, ni la geometría y matemática andina necesitaban de vírgenes viciosas ni dioses ensangrentados y afeminados como los que impuso la moda cristiana. Felizmente, para la cultura andina que tiene más milenios de los que se pueden contar, los últimos quinientos años,  son solo un hipo histórico... fácil de curar.

Hablar de refundar el Ande, como balbucean ahora  algunos políticos y PhD’s tratando de imitar a Chávez, no es un simple cambio de la apariencia de las cosas sino destruir lo existente para restablecer algo a partir de sus fundamentos. Es simplemente el imponer la tradición a cualquier costo.  No es ponerle más o menos queso a una hamburguesa de Burger King, sino es rechazar el concepto de la hamburguesa -que, dicho sea de paso- fue una creación en la depresión estadunidense para alimentar, con carne de cualquier cosa, a los hambrientos que habían ocasionado los J.P Morgans y Guggenheims. 

La Refundación, en países como el Perú no es una labor ni mecánica ni cosmética, ya que hay una tradición que tiene el enorme peso del éxito de miles de años, que no se puede traicionar. Toda tradición parte de los fundamentos y el refundar es intolerante en lo fundamental pues los fundamentos son por definición eso... ausencia de tolerancia.

Es por ello que las reformas y revoluciones para una actitud refundadora són  sólo etapas tácticas -China a sus cincuenta años es un gran ejemplo de ello- ya que la perspectiva que da la tradición permite saber que mejorar lo defectuoso o adecuarse a las circunstancias son sólo actitudes cobardes o malintencionadas destinadas al fracaso. Ello funciona para ambos extremos, tanto para un Sendero Luminoso de bíblica inspiración, como para los pragmatismos de varios descendientes de inmigrantes de culturas extrañas quienes, gobernando en apariencia, sólo están en en estas tierras buscando un amo nuevo... aunque este sea un sicalíptico bribón, que considera al fellatio como una gracia de su dios, o un enano chapetón que quiere hacer de Pinochet su angel vengador.

Refundar, lo que es realmente refundar, implica  rechazar totalmente los últimos quinientos años. Es necesariamente terminar con la superstición cristiana, la injusticia del derecho y la monetización de la felicidad. Toda purificación a nivel cultural es violenta, cuando esta purificación surge de lo fundamental es lo único que se puede llamar santo. Sin embargo, para refundar lo nuestro no hay que inventar nada nuevo, basta con bucear  en el proyecto de Guamán Poma, que en 1615  nos legó el resumen de una cultura sabia que no necesitó de libros sagrados ni aceptó fórmulas incompletas. Los libros, los nuestros, los que realmente valen para nosotros no están todavía escritos -y quizás nunca se escribirán, porque podrían ser desvirtuados por la palabrería- sino que se encuentran  encarnados en el inconsciente colectivo andino, monumentalizados en el rigor geométrico y numérico de un Chavín y un Nazca y, poderosamente vivos, en la ingenuidad benefactora nuestros humildes.

Humildes que no claman caridad sino se ven, casi genéticamente, urgidos de imponer su justicia ancestral, la cual, a similitud de los islámicos considera que siempre llega un momento en que la venganza se transforma en un deber. Para los andinos una sentencia del X Pachakuti (turno de espacio-tiempo), que supuestamente comenzó hace algunos años es que “El misti  tendrá que comer su dinero”. ¿Es esto inhumano?, lo puede ser desde  una perspectiva cristiana en la cual palabrejas como amor (sin sexo)  y caridad han cobijado el ejercicio de la dominación y el exterminio. Históricamente, la ira santa que reside en la venganza esencial es algo necesario -como un purgante- para una especie responsable.

Mientras no entendamos esto, mientras los peruanos no entendamos que tenemos una tradición que restablecer, cuidar y mantener seguiremos siendo esclavos del infortunio. Quejarse y no actuar no sólo es una cobardía sino una traición a la tradición y por lo mismo a la especie.

Es que estamos en tiempos de burros. El capitalismo salvaje  actual, llamado eufemísticamente economía de mercado, que realmente nació en el Cerro Potosí (como lo dice J.K.Galbraigh en Money) y que ahora domina los medios con su ridículo festival globalizador. Por ejemplo, al cubrir la conmemoración de los cincuenta años de China los medios, como CNN,  han pretendido restar importancia a Mao Zedong, hombre que por su inmensidad,  sólo es comparable a Gandhi en este siglo. Mao hizo algo extraordinario en los sesenta y ello fue la Revolución Cultural. China no sería el extraordinario país de ahora si la Revolución Cultural no hubiera existido, ya que con ella los conceptos  ideológicos o pragmáticos fueron moderados bajo la luz de una fuerte tradición taoísta modernizada por un darwinismo cultural.

John Fowles, el extraordinario escritor inglés nos dice en su The Aristos que los males del mundo actual se deben a un falso silogismo el cual es que la felicidad es un privilegio, que todo privilegio es esencialmente perverso y que por ello hay que ser perverso para ser feliz. ¿Qué sino eso mismo es el capitalismo?

La Revolución Cultural terminó con los privilegiados y los envió al campo a sembrar verduras. Destruyó así la ociocracia que se había enquistado en el poder. La ociocracia en nuestros países tiene su máxima presencia en las pseudo instituciones que hipócritamente mantienen que existe algo bueno y conveniente ya sea en la farsa del  estado de derecho o en genocidas supuestamente benevolentes, tales como el carnicero Pinochet, quien hizo cortar las manos al cantante Víctor Jara para que no pueda tocar la guitarra y cantar canciones de protesta, que la única neurona que debe tener el chileno dictador nunca asimiló.

Desde la época de Guamán el mayor ejemplo de ociocracia son los abogados, autoridades políticas  y los curas, íncubos y zánganos que inhábiles con las manos y los números, han creado un ambiente donde todos los miembros de nuestra sociedad son culpables o defectuosos, para de esa forma, puedan traicionar, dominar y sobrevivir ociosamente a costa de otros.

¿Cuánto nos cuesta la ociocracia abogadil? .

Hagamos cifras simples, que se pueden repetir en Latinoamérica toda. Hay veinte mil abogados en Lima (Nueva York sólo tiene doce mil). Digamos que cualquier abogado necesita un mínimo de  mil dólares mensuales para vivir, de tal forma que estos pérfidos cuestan unos veinte millones mensuales. Por año eso equivale a doscientos cuarenta millones. Como los abogados son aproximadamente el cinco por ciento de cualquier litigio, esta cifra tiene que multiplicarse por un factor de veinte, o sea que ellos tienen que provocar o no resolver problemas por el orden de casi cinco mil millones de dólares cada año, cifra mayor que las exportaciones peruanas. La vida sería mejor sin ellos y habría justicia, pues la esencia de su podrido negocio consiste simplemente en hacer injusto al derecho. Son los perfectos parásitos, los perfectos y costosos ociócratas, los ladrones de humanidad. Si, por ejemplo, sembraran nabos, por lo menos no estorbarían a la gente decente y dejarían de apestar los caminos que andamos. Si se me presentara la oportunidad y las ganas, como decía Mark Twain, enviaría a todos los jueces y abogados a...¡sembrar nabos a la Patagonia!, como ha hecho Menem con el asesino paraguayo. Aunque me temo que los nabos de allende posiblemente también estén esperando al argentino.

¡Que sociedad lamentable tenemos en toda Latinoamérica!. Por un lado los parásitos ociócratas, por el otro a los ladrones y en el medio los mentirócratas. Nos hemos llenado de sebosos juristas que se equivocan al contarse los dedos de la manos, políticos huelepedos y lameculos, empresarios asesinos, numerarios del Opus Gay y pedófilos curitas lombrosianos que cantan canciones estúpidas e imponen manos. Este judaísmo light que es el cristianismo al no poder nunca  plantear una propuesta humana válida que sea ventajosa para la especie ha cobijado todo lo inmoral en la especie. Ello radica en que ha pretendido reemplazar con la creencia y la  fe al intuitivo mandato de conocer, tratando por dos milenios de lograr lo imposible, la equivalencia de dos conceptos antagónicos, imponer la mentira, consentir el robo y denigrar al trabajo y al trabajador.  Ello está en contra no solamente nuestra tradición, signada por el conocimiento, sino contra la urgencia permanente de nuestra especie de evolucionar.

¡Atawalpa no solamente debió arrojar el libro infame, sino quemarlo!

El cristianismo junto con los ociócratas promueven la injusticia y niegan el conocimiento, roban lo más preciado de la humanidad, y por lo tanto, el primer objetivo de toda Refundación (Manifiesto de la Refundación (1997)
http://members.tripod.com /~Refundacion/) que se precie de serlo debe ser la erradicación de las instituciones, temores y conceptos que cobijan estos pobres conceptos.Ninguna Refundación es posible si no es decisivamente anticristiana, antiociosa y fanáticamente, sí fanáticamente, honesta. Mientras no exterminemos la raíz de estos quinientos años de oscurantismo, no reganaremos nuestra humanidad y ninguna Refundación será posible. Los budistas auténticos tienen una gran frase, y por ello están encima del concepto de religión,  que dice que cualquier creencia que no pueda ser comprobada por la razón, es superstición...

¡Quinientos años de superstición es más que suficiente!


 

 


 
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