Hugo
Chávez en Venezuela
¡Bienvenida
sea la ira santa!
por Pedro
Flecha
8-8-99
Un
día, hace poco tuve muchísimo que hacer. Citas, gestiones,
diligencias... y me quedé dormido. Había trabajado hasta
las 4 a.m. preparando todo para esa jornada. Despertándome tarde
perdí algunas y las otras, por arte de birlibirloque, fueron canceladas
telefónicamente en la primera media hora en que estuve despierto.
Como tengo la intuición para lo extraño y me encanta conversar
con las coincidencias anómalas, fui a la computadora a revisar mi
correo, siempre con la caja boba (TV) encendida al costado.
Pocos minutos después CNN en castellano transmitía en directo
el discurso de Hugo Chávez en la novísima Asamblea Constituyente.
Tengo poquito más de medio siglo de vida y el discurso revivió
en mi a ese chiquillo de 11 años que andaba, en esa época
beatnik (el hippismo promocionado por la CIA, fue mucho después)
con el Contrato Social de Rousseau en uno de los bolsillos traseros de
su blue jean como manifestación de desafío; revivió
en mí a ese adolescente que digirió El ser y la nada
de Sartre a los 14 años, a ese joven que gritó con
Rudy el Rojo en mayo del 68 que la imaginación debía
llegar al poder, que entendió porqué Mao pleno
de estirpe taoísta, repudió el confucianismo de los
cuadros que se habían enquistado alrededor y los envió a
sembrar nabos cerca del desierto de Gobi; revivió en mi la extraordinaria
muerte de San Ernesto Che (como lo llaman en el sitio donde lo asesinaron
en Bolivia); trajo en mi esa extraordinaria entrevista de Hildebrandt a
Juan Sin Miedo donde traicionado y abandonado, el admirable militar
peruano le dijo que su defecto había sido ser honesto. ¿Puede
ser un cincuentón joven?
Habíame, toda
mi vida, desagradado la figura de Bolívar. El era a quien yo culpaba
de haber castrado la posibilidad del resurgimiento andino desmembrando
al centro fundamental, Perú, haciéndose dictador vitalicio.
Chávez me hizo conocer a otro Bolívar, al que debía
conocer, pues ningún gran hombre en la historia tiene intereses
mezquinos. Ese Bolívar traicionado, ese del discurso en Angostura,
todavía vigente y, especialmente, todavía pendiente...
Es que Ayacucho,
supuesta batalla final, se sigue luchando en el inconsciente colectivo
de esta América . Sendero Luminoso, pleno de cristiana inspiración
apocalíptica, como Koresh en Waco, Texas, o tantos subproductos
de ese menjunje de amor-odio que es el cristianismo quisieron apoderarse
del inconsciente colectivo y fallaron. Chávez plantea como
bandera el poder moral bolivariano, una alternativa a la moralidad
cristiana. Analizando en el lenguaje de la época y llevándolo
a los conceptos actuales, ese poder moral no es otra cosa que la lealtad
a la especie a la cual pertenecemos, la especie humana. No se rige en conceptos
religiosos de bueno o malo, que son relativos a los tiempos y los lugares,
sino solamente -como también lo dijera Hemingway- a que es
moral todo aquello que le hace bien a la especie e inmoral todo lo contrario
a ella.
Chávez tiene
la misión y la posibilidad de ampliar la frase de Bolívar
Nuestra patria es América a Nuestra patria es la especie. Su humanismo,
después de escucharlo, es fundamental, va a las raíces
mismas del origen del hombre humano (aquel que la filosofía andina
llama runa). El hombre humano es aquel que supera la etapa de la creencia
en el camino al conocimiento. Este camino no está hecho de frialdades
cientificoides ni exquisiteces intelectuales, es un camino de acción,
apasionado y carismático.
Chávez plantea
su política como una operación militar y en eso tenemos que
estar de acuerdo todos los que sufrimos esa aguda injusticia del derecho.
No hay nada que negociar, son tiempos de guerra. Está prohibido
fallar es su sentencia fundamental. Chávez es la mejor apuesta que
se presenta a Latinoamérica desde Fidel Castro. En una retrospectiva
si todo Latinoamérica fuera como Cuba hoy, valiente, generosa, educada,
atlética, moral ... no habrían las angustias que día
a día pasamos. Castro también lo hubiera hecho mejor... lo
haría mejor ahora.
Es que toda revolución
tiene el ingrediente de una ira santa, aquella de Vivekananda que es una
ira de la condición humana frente a aquello que impide la realización
de la humanidad en los hombres. Es una ira sin odio, es una ira fundamental,
del mismo tipo que aquella que empujó a Bolívar, como antes
lo hiciera con Nevsky, Túpac Yupanqui, Napoleón o Alejandro
Magno. La ira es de dioses y los dioses son humanos. La ira construye
cuando esta es fundamental pues revela el instinto básico, aquel
de la supervivencia de toda especie y todo instinto por definición
es generoso y conveniente.
En Bolívar,
en Chávez, en nosotros está también la venganza
acumulada que es el objetivo de la ira santa. Para los musulmanes, llega
un momento donde “La venganza es un deber”. No era otra cosa que aquella
que le instó a Bolívar a decir...
Así pues,
la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que
desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan
y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de
su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia, y
mostrar a las naciones del universo, que no se ofende impunemente a los
hijos de América.
Tiene usted presidente
Chávez la posta que dejaron los valientes. Una posta que es incomprensible
culturalmente para aquellos que provenientes de culturas cerradas en el
exterior, mantuvieron su cerrazón al migrar a estas tierras
de América, que creen que lo pragmático es lo insípido
y servil, pues nunca se liberaron de sus bloqueos inconscientes. Hay que
comprenderlos, pero eso no significa aceptarlos. La sangre y el coraje
vienen del abrazo cordillerano de estos Andes, del calor húmedo
y generoso de la Amazonía y de la alegría del Caribe.
¡Somos apasionados
y qué!
Póngale música
compañero y los hombres justos bailaremos con usted.
¡Llueve pueblo!
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