El
régimen de Fujimori en el Perú:
Cuesta abajo
la rodada
por Herbert
Mujica Rojas
Irremisible, sin
atenuantes, con más pena que gloria, el gobierno de Alberto Fujimori
ha iniciado el fin de su caída libre a un ritmo más que violento:
denuncias de corrupción en el aparato estatal; profunda recesión
económica con empresas funcionando a medio tiempo y despidos masivos
de trabajadores; iliquidez profunda que obliga a que los pagos no se honren
en meses; un parlamento con mayoría oficialista de mediocridad tremebunda;
un poder judicial dirigido y básicamente destinado a entrampar cualquier
esfuerzo moralizador; una población angustiada porque no ve luz
al fondo del túnel y una oposición que no cuaja porque no
tiene respaldo popular y porque el manejo informativo del gobierno les
ha quitado banderas. Como en el tango: ¡cuesta abajo la rodada!
En el Perú
reina el estilo de la tinterillada. Si alguien (léase un ministro)
denuncia, entonces todo el aparataje enfila sus cañones para silenciarlo
o para que el poder judicial amedrente y acalle el asunto. Es así
que una jueza monopoliza 75 casos de denuncias graves de corrupción.
Y se sabe de antemano que ella no fallará nunca o lo hará
en los próximos 5 años cuando los protagonistas de los entuertos
estén en Miami o en el Caribe disfrutando de los dineros mal habidos.
En las Fuerzas Armadas
la intranquilidad es profunda. Al parecer nadie quiere hacerse cargo de
los resabios que persistan a la debacle del gobierno. Y no es para menos.
Día que pasa, día que la opinión pública toma
conocimiento de nuevas denuncias de robos de fondos y cohechos que dañan
profundamente la moral –la escasa que aún queda- nacional.
Con la excepción
formal de los diarios La República y Referéndum, la prensa,
radio y televisión peruana juega para el poder de turno. De lo contrario,
la publicidad empieza a escasear y sin ella, nadie se salva. O el fantasma
de la Sunat (Gestapo fiscal) aparece con sus contornos de siniestra efectividad.
Una de las peores
cosas que le puede pasar a un país es que la desmoralización
sea tan grande que un gobierno en caída aún oriente los guiones
de los actores políticos: la oposición –o la que insiste
en llamarse así- no logra persuadir a la inmensa masa de desconcertados
peruanos de que es una opción. El otrora poderoso movimiento
del aprismo ensayó con el retorno del ex-presidente Alan García
Pérez, pero a nadie escapa que muchas fortunas se hicieron en ese
régimen de modo delincuencial. El susodicho aún no puede
explicar el origen de sus dineros y a todos compete la lectura de que el
período entre 1985-1990, resultó en la más grande
estafa política que registra la historia del Perú.
Como si lo peor fuera
un patrón, mucha gente intonsa repite la monserga aquella de que
todos los gobiernos roban y sostiene que la administración Fujimori
ha incurrido en estos pecados pero que aniquiló al terrorismo y
pacificó al país y que por ello hay que extenderle una patente
de corso con oropeles vistosos. Y más aún: se destila maliciosamente
que el gobierno de García fue ¡menos ladrón! Pero,
hay una diferencia fundamental: Fujimori es un peruano de proveniencia
nipona. Sin pasado que resguardar ni patria que amar. El fracaso aprista
entre 1985-1990, devino en una traición a miles de peruanos que
creyeron y amaron una causa de justicia, que abrazaron un pendón
social de pan con libertad y entonces el compromiso con el pasado de gloria,
lucha y catacumbas, se derrumbó en un lustro bajo la batuta de un
sujeto inescrupuloso que jamás en su vida había trabajado.
Así de simple, eso y no otra cosa fue y es Alan García Pérez.
Pero, a otra cosa
mariposa. El buque se está hundiendo y no hay quien tome el mando.
Fujimori no alza puntaje en las encuestas y de repente el alcalde de Lima,
Alberto Andrade, empieza a calentar los motores. Salvo que otras chances
como las que postula Alberto Borea de elecciones primarias entre grupos
opositores para de allí escoger a un candidato unitario triunfe
e impulse un esfuerzo mancomunado.
En el Perú
de nuestros días, las cosas están tan confusas que nadie
puede fungir de pitoniso o adivino sin arriesgarse a hacer el ridículo.
La verdad maciza es que el porvenir no tiene mucho de halagueño
y sí más bien de negro cimarrón y oscuro. |