Pinochet:
¡cayó la bestia!
Redacción
central de AILA
Modelo de gobernante sin
compasión, erigida su fama sobre la base de miles de cadáveres
y símbolo de la anti-democracia más reaccionaria, Augusto
Pinochet Ugarte fue detenido en Gran Bretaña por la comisión
de delitos de lesa humanidad contra ciudadanos españoles durante
la luenga noche negra que fue su mandato en el vecino país del sur.
Al margen de las excusas
de inmunidad diplomática con la que se quiere blanquear el vergonzante
pasado del militar genocida para presentarlo como un parlamentario respetable,
descontada la inflexible legalidad británica que sí hizo
lo que nadie se atrevió antes a hacer, hay que entonar un canto
de júbilo. Por los demócratas de todo el mundo y por los
que por serlo se fueron al compás apresurado de los paredones de
fusilamiento que Pinochet armó a lo largo de los 7000 kilómetros
de Chile.
La estulticia y compadrería
se han vuelto norma en Latinoamérica y hemos entrado en la etapa
del perdón. Comprado, venal y atrabiliario, pero perdón negociado,
al fin y al cabo. Se pretende que nos olvidemos lo que fue la dictadura
de este militar so pretexto de un supuesto avance económico y bonanza
de que goza Chile. No hay nada peor para una sociedad que el olvido y sobre
todo cuando la pretensa época de virtudes se basa en las fosas comunes,
en los detenidos-desaparecidos, en los miles que debieron huir de Chile
porque la bestialidad represora se había convertido en la ley de
cada día y en el miedo cotidiano de aquel aciago túnel que
estalló en 1973 y empezó a culminar en 1989.
La democracia no se
compra ni se la negocia. Se la conquista y el pan con libertad, meta y
anhelo incontrastable de nuestros pueblos indoamericanos, no puede tener
como base la vida de los demás. En Chile se vivió un terror
del cual fuimos testigos muchos y la inteligencia de la que se honran los
sureños, fue víctima del escupitajo y la bota bestial que
decidía quiénes eran los buenos –o cómplices- o quiénes
engrosaban la lista clandestina de los desaparecidos.
Las alamedas de la
libertad –aquella que enunciara en su postrer mensaje radial Chicho Allende-
relucen y sus banderas ondean a todo viento. Justicia poética: el
gran castigador, el juez inflexible, el Atila prusiano y huaso de pronunciación
enrevesada, comparecerá ante los tribunales de la historia como
reo con veredicto pronosticable: ¡CULPABLE!
¡Homenaje a los
hombres y mujeres de todos los movimientos y todos los matices, de todas
las nacionalidades y creencias, de todos los partidos e instituciones que
debieron padecer el castigo de creer en sus ideas. Loor a quienes, antes
que nosotros, debieron emprender el viaje sin retorno. Victoria para todos
los demócratas que nunca dejamos de cantar en la militancia de nuestros
credos la vigencia impertérrita de la Libertad urbi et orbi!
¡Cayó
la bestia! Y todos sabemos que sólo tendrá el fin natural
de todos los tiranos. Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Amén. |